miércoles, 23 de marzo de 2016

EL REDOBLE DEL TAMBOR


Yo no recuerdo cuando oí mi primer redoble de tambor, quizás en el vientre de mi madre, es posible, pues una corriente eléctrica me recorre la espalda, la piel se me eriza y mi alma se llena de una emoción difícil para mi de describir.

Recuerdo de mi infancia el frío que acompañaba siempre a la Semana Santa, la espera en las calles, el silencio y los cirios encendidos envueltos en sus capuchones para que una ráfaga de aire  no los apagara de un soplo y para que la oscuridad se hiciera sentir y la pena del alma saliera de los corazones. Recuerdo las mantillas de mi madre, las palmas.

Las procesiones avanzan siempre cortando la noche acompañadas por el sonido hiriente de las cornetas y por el ritmo grave de los tambores, cuyo eco devuelven los empedrados de las calles. Los ojos se alzan hacia los picudos capirotes y hacia las cruces de las procesiones que acompañan los pasos  y que casi llegan a rozar balcones y gárgolas.
El carácter solemne de la Semana Santa hace que tanto creyentes como no creyentes experimenten una profunda emoción al paso de las silenciosas procesiones .Los hábitos y los capirotes que ocultan a los cofrades  garantizan que solamente Dios los ve y esto acentúa aun más el carácter dramático de los pasos y procesiones.
El origen del capirote o capuchón
está en los comienzos de la inquisición, cuando a las personas que estaban castigadas por motivos religiosos se les imponía la obligación de usar una prenda de tela que les cubriera pecho y espalda y un cucurucho de cartón en señal de la penitencia que les había sido impuesta.
En la semana santa, existe un motivo de penitencia fundamental; los penitentes salen en procesión para limpiar sus pecados y mostrar públicamente su arrepentimiento. Las luces que portan muestran que caminan hacia la luz que es Cristo y siendo un acto público de fe, es una de las más sublimes manifestaciones externas y públicas con las que se pide mejorar. La manifestación privada de la fe pasa a ser pública y las calles se convierten en  iglesias.
Todo se envuelve de color y sonido, las emociones afloran ante el lento ritmo de los tambores, la marcha de la procesión, el balanceo de los pasos y el quejido doloroso de las saetas.
Incluso no siendo religioso, es difícil no emocionarse ante una atmósfera que conmueve.

La Semana Santa es la fiesta cristiana por antonomasia: Fue en Tierra Santa donde se inició la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, creándose una liturgia específica y generando las primeras procesiones, no con imágenes como en la actualidad, sino con las propias reliquias de la pasión.
Las fechas de la celebración difieren de año en año, dado que la fiesta no está sujeta a una fecha específica sino a un fenómeno astrológico: primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera.
 Resulta complicado saber cuando y cómo se celebró la primera procesión del cristianismo: En el Nuevo Testamento se describe al propio Jesucristo entrando de forma procesional en Jerusalén, rodeado de una multitud de seguidores.
 Las procesiones tienen un origen bíblico. En los primeros siglos la iglesia hizo suya esta tradición, pero tuvo que restringir cualquier manifestación pública debido a las crueles persecuciones a las que eran sometidos sus miembros.. Durante mucho tiempo las procesiones se celebraban dentro de los claustros y no empezaron a salir a la calle hasta los siglos X y XI
El Concilio de Letrán, en 1215, permitirá que dicha penitencia sea pública en las cofradías, pero con la obligación de que sea anónima para que nadie presuma de ello, ni trate de ganar ningún prestigio. Por eso se impone el antifaz, para que todos sean iguales ante la penitencia, desde el noble o el duque hasta la prostituta.


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