sábado, 4 de julio de 2015

¡FUEGO!

Hace rato que ha oscurecido y en estas noches de verano, que son amables, cálidas y hermosas, aparece siempre el fantasma del miedo al incendio. El aroma dulzón que se percibía en todo el jardín ha desaparecido y en su lugar, de repente, comienza a oler a humo y del cielo van cayendo copos oscuros que tiznan todo aquello cuanto tocan. Brillan en el aire cuando se ven bajar en su caída hasta el suelo, en su interior traen fuego acompañado de muerte. Todo ha enmudecido, los perros no ladran, olfatean el aire percibiendo el peligro.
Uno escudriña la oscuridad de la noche; se necesita saber de donde viene el viento y donde está el fuego. Los sentidos se agudizan, el peligro acecha y una sensación de vértigo, que marea, aparece. Estamos rodeados de árboles y lo peor de todo de maleza, mucha maleza. Hace algunos años, las campanas de la iglesia comenzaban a tocar con desesperación llamando a los vecinos para que acudieran a sofocar las llamas que corrían lamiendo laderas de montaña y fincas o casas que encontraban a su paso.

Todo esto se ha convertido en una funesta tradición que nos amarga con frecuencia en verano: los incendios trazan un paisaje de ceniza y desolación y destrozan nuestra riqueza natural.
La pregunta aparece siempre:¿Qué puede impulsar a un ser humano a actuar de esta manera? Pues, al parecer hay múltiples y diferentes causas que empujan a una persona a actuar o a dejar de hacerlo y estas son las motivaciones reguladoras de la conducta. La provocación de un incendio no se explica por la presencia de un trastorno disocial, un episodio maníaco o un trastorno antisocial de la personalidad, pues desde el momento en que una persona inicia un incendio ( intencionalmente) se convierte en un incendiario.
Incendiario o pirómano, podría parecer igual puesto que las consecuencias de sus conductas son iguales o semejantes, sin embargo la personalidad del pirómano está alterada de tal manera que le impide, al que sufre de este trastorno, diferenciar entre el bien y el mal hasta el punto de que encontrará gozo en el fuego que provoca y llega a observarlo de cerca sin descartar participar en su extinción, pero siempre desde un plano del protagonismo. El incendiario, en cambio, es alguien que provoca un incendio por algún tipo de interés y por ello, busca coartadas lejos de las llamas.
En cualquiera de los casos, ambos, pirómanos e incendiarios, serán castigados con penas de cárcel. Sin embargo sólo se condena a menos del 1% de los responsables de los incendios forestales en España.






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